Entre santos y ladrones: la extraordinaria vida de Juana Felícita Santini y Ramírez de Arellano

febrero 3, 2022
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Aureliano lo reconoció, persiguió los caminos ocultos de su descendencia, y encontró el instante de su propia concepción entre los alacranes y las mariposas amarillas de un baño crepuscular, donde un menesteral saciaba la lujuria de una mujer que se le entregaba por rebeldía. Estaba tan absorto, que no sintió tampoco la segunda arremetida del viento, cuya potencia ciclónica arrancó de los quicios las puertas y las ventanas, descuajó el techo de la galería oriental y desarraigó los cimientos. Solo entonces descubrió que Amaranta Úrsula no era su hermana, sino su tía, y que Francis Drake había asaltado a Riohacha solamente para que ellos pudieran buscarse por los laberintos más intrincados de la sangre, hasta engendrar un animal mitológico que había de poner término a la estirpe.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad

Un apellido

Era tema recurrente y de ocasión entre la familia Santini Vázquez, del barrio Pulguillas de Coamo. Mi mamá, la menor de la docena de hijos de ese clan, me contó varias veces y siendo todavía un niño, que nuestro apellido no estaba supuesto a ser Santini, sino Guevara. Que estábamos probablemente emparentados con la conocida escritora Josefina Guevara Castañeira. Y que el origen de esa divergencia residía en que mi abuelo materno Nicolás Santini, había sido el fruto de una relación de una tía con su sobrino. Es el tipo de historia de las que no dejan rastro escrito. De las que no se habla, excepto por lo bajo y entre la familia.

El epicentro de estos eventos corresponde a una mujer nombrada Juana Felícita, también conocida como Rafaela o incluso María Rafaela, dependiendo de los tiempos y las circunstancias que la rodearan. Era la madre “natural” de “Colás”, como llamaban a mi abuelo. Mi mamá la llegó a conocer, entrada ya en su vejez. Residía en una casita humilde del casco urbano de Coamo y era de piel pálida, ojos azules brillantes y aún hermosa. Para apreciar su vida y lo que para mí conlleva, hay que contar su historia, hasta donde me es conocida.

La familia Santini y Ortiz de Peña

Todo comenzó un 24 de noviembre de 1831. Ese día en la villa de Aibonito se casó el corso Nicolás Santini y Fernandini (Canari, Córcega circa 1802 – Barranquitas 1886), hijo de Juan Bautista y María Francisca, con Ana María “Anita” Ortiz de Peña y Bonilla (Aibonito 1808), hija de Juan de la Rosa y de Gertrudis.

Nicolás y Anita tuvieron 9 vástagos. Entre ellos, la cuarta hija fue llamada María Genara (o Jenara). María Genara Santini y Ortiz de Peña (Aibonito c. 1839 – Aibonito 1926), se casó el 28 de abril de 1856 con Agustín Nino Ladrón de Guevara y Santiago (Coamo c. 1838 – Aibonito 1911). Agustín Nino fue el tercero de cuatro hijos habidos en la unión entre Agustín Ladrón de Guevara (probablemente de Murcia, España c. 1810 – Coamo c. 1849) y María Lorenza de Santiago y Alvarado (Aibonito 1804 – Aibonito 1856).

Al igual que el de sus padres, el matrimonio de María Genara fue prolífico. Trece hijos, desde María Lorenza en 1858 a Juan de Dios en 1879. Pero antes, el luto tocó a la puerta de la familia Santini Ortiz de Peña. Con apenas 49 años, Anita falleció en Aibonito en enero de 1857.

Nicolás, ahora viudo y en su mediana edad, no iba a permanecer en esa condición civil por mucho tiempo.

La familia Santini y Ramírez de Arellano

Contrario a otros inmigrantes de la época, Nicolas Santini y Fernandini se vinculó sentimentalmente con criollas. En 1860, casó con Felícita Ramírez de Arellano y Muriel (Vega Alta c. 1831). Hija de Rafael y Antonia (también identificada como Antonia María Rovira), Felícita era casi treinta años menor que su flamante marido, pero a su vez estaba llegando a su tercera década de vida. El 17 de diciembre de 1861, dio a luz una niña, probablemente en Coamo.

Pero la alegría que aquel momento debió brindar, sería pasajera. Tres días después, Felícita murió. “No recibió los Santos Sacramentos por haber fallecido de muerte repentina”, relató el cura Juan Antonio Pérez. El dolor de esta tragedia se reflejó en su despedida: “entierro doble con misa cantada y acompañamiento al cementerio”, según el párroco Pérez.

La niña, ya huérfana de madre y con un padre en su segunda viudez, fue llamada Juana Felícita en evidente honra de su progenitora y, tal vez, de su abuelo paterno, Juan Bautista. Había llegado al mundo cuando la progenie de su padre con la difunta Anita había alcanzado, cuando menos, la temprana adolescencia. Nicolás claramente extrañaba la vida conyugal, por lo cual casó por tercera vez, con Modesta Torres y Archilla (Morovis 1840 – Río Piedras 1923), quien ya en noviembre de 1863 traía al mundo al primogénito Juan de Dios Santini y Torres (Barranquitas 1863 – Barranquitas 1942).

Juana Felícita fue lanzada a la vida en desventajosas circunstancias. Sin haber tan siquiera conocido a su mamá, dependería de la voluntad de miembros de las familias Santini Ortiz de Peña o Santini Torres para su crianza. Con el padre vivo, es difícil suponer que los abuelos maternos radicados en Vega Alta tuviesen mucha participación en cuidarla. Pero tendría que competir por la atención de un padre ya sesentón, con núcleos familiares en los que las féminas eran, o muy jóvenes para hacer de madres sustitutas, o ya criando su propia descendencia.

La familia Ladrón de Guevara y Santini

Mientras tanto, el matrimonio de María Genara Santini y Ortiz de Peña con Agustín Nino Ladrón de Guevara y Santiago había concebido a Ana Lorenza (1858), Agustín (1859), Josefa Julia (1861), Visitación (1862) y José María (1863). Juana Felícita pasó tal vez a vivir en ese floreciente hogar, creciendo con otros niños que serían sus hermanos de crianza, al mismo tiempo que sus sobrinos. Lo que nadie hubiese pensado es que uno de ellos, probablemente Agustín, la dejaría encinta. ¿Y por qué habría sido este sobrino, partiendo de que el rumor familiar fuese cierto? Varios datos apuntan en esa dirección.

Primero, las circunstancias en las que la niña crecía. Su padre había fundado otro hogar donde levantaba una nueva familia, por lo que suena lógico que la huérfana pasara al cuidado de la descendencia de su matrimonio con Anita. Estando el padre vivo, parece además probable que Juana Felícita fuese acogida en el hogar de una de sus hermanas paternas, para tratar de compensar la ausencia de la figura materna. Aquella, probablemente, habría sido María Genara Santini y Ortiz de Peña. Tras la muerte de Filomena (c. 1865), María Genara pasó a ser la mayor de las hermanas de la familia Santini y Ortiz de Peña. Otro dato favorece esta hipótesis: los Ladrón de Guevara y Santini eran una familia pudiente. La posesión de esclavos solo eso puede sugerir. Juana Felícita no debía suponer una carga onerosa en ese entorno.

Segundo, la cercanía y oportunidad entre quienes compartían el hogar. Agustín Ladrón de Guevara y Santini (Coamo 1859 – Aguadilla 1928), era dos años mayor que su tía Juana Felícita. Era el único varón de la familia hasta el nacimiento de José María en 1863 y Nicolás María al año siguiente. Dado que el hijo de Juana Felícita nació en octubre de 1878, tendría que haber sido concebido a principios de ese año, cuando ella tendría apenas 16 años de edad. En 1878, Agustín tenía 18 años, mientras que sus hermanos José María y Nicolás María solo tendrían 15 y 14, respectivamente.

Tercero y tal vez lo más revelador, el apellido. Juana Felícita nunca declaró la identidad del padre de su hijo. Tampoco se le obligó a casarse con quien haya sido, que era una solución muy empleada en esa época asumiendo que no existiese impedimento y aquí claramente lo hubo. Pero su hijo Nicolás no siempre se identificó con el apellido solitario de su mamá. En ocasiones y con el correr de los años, lo hizo como Nicolás Santini Guevara.

Cuarto, podía existir otro motivo para mantener a Agustín Ladrón de Guevara y Santini fuera de este drama. En 1884, el se casó con una contemporánea de Juana Felícita, de nombre Josefa María Guadalupe Muñoz y Rivera (Barranquitas c. 1861 – Aguadilla 1932). Era la hermana de Luis José Muñoz y Rivera. El vincularse con una de las familiar más influyentes del País pudo ser incentivo por sí solo para encubrir toda indiscreción que pueda arruinar ese proyecto.

Rafaela

El 1 de abril de 1879 y con apenas 18 años cumplidos, Juana Felícita llevó a su hijo a bautizar a la parroquia de Aibonito. Nicolás Santini, el primer y único nieto del corso con Felícita Ramírez de Arellano y Muriel, había nacido más de seis meses antes, un 15 de octubre de 1878. Sus padrinos respondían a los nombres de Genaro Vázquez y María Rosario. A la inusual espera para el bautizo y el uso de padrinos que no eran familiares cercanos, se unía la singularidad de que Juana Felícita ya no lo era y tampoco venía de Barranquitas. La progenitora se identificó como doña Rafaela Santini, natural de Morovis.

Ahora a Rafaela la mujer, le esperaba el reto de criar a un hijo “natural” en el Puerto Rico decimonónico. Apenas veinte días después del bautizo, contrajo nupcias en Coamo el 21 de abril de 1879 con Valentín Cartagena y González (Aibonito c. 1857). Conforme a evidencia anecdótica sujeta a corroboración, Valentín era en aquellos días el mayordomo de la finca de los Santini y Ortiz de Peña, y Rafaela habría sido “persuadida” a casarse con el. Mas el párroco oficiante Gabriel Rodríguez afirmó que los contrayentes “no recibieron las bendiciones nupciales por no ser tiempo hábil para ello”.

Rafaela probó ser fuerte y fértil. Junto a su marido procreó en nueve ocasiones, desde Honoria (c. 1881) hasta María Eugenia (c. 1900). Mas estando encinta de la última, Rafaela enviudó en agosto de 1899. A finales del siglo XIX y sin haber llegado a los 30 años, cargaba con una decena de hijos fruto de dos relaciones. Su primogénito Nicolás, marcado para siempre por las circunstancias de su concepción, estaría haciendo vida aparte. En 1907 se casó con Victoriana Santiago y González (Corozal c. 1883 – Cayey 1912).

Pero además de madre, Rafaela seguía siendo fértil y mujer. El 27 de julio de 1903 y ya cuarentona, dio a luz a un niño “ilegítimo” que, siete meses después, bautizó con el nombre de Lorenzo. Su yerno Roque Rivera, marido de su hija Honoria, hizo las veces de padrino del recién nacido. Pero antes, había dado a luz a Gertrudis en 1902, y luego trajo al mundo a Eugenia en 1904; a José del Carmen en 1906; y a Carmelo en o alrededor de 1908. Finalmente y a sus 48 años, Rafaela se casó el 13 de junio de 1910 con Justiniano Martínez y Ramos (Coamo c. 1867). Justiniano habría sido el coprogenitor de toda esta nueva cosecha y, probablemente, era más joven que su esposa.

Pero este matrimonio no parece haber sido duradero. Para 1920, Rafaela había asumido la jefatura de su familia en el censo de ese año. En su hogar residían hijos de sus dos enlaces nupciales, pero no su marido Justiniano. Aún así, ella se identificó como Rafaela Santini y Ramírez de Martínez. Siete años más tarde, enviudó nuevamente. De esa unión solo sus hijas Gertrudis y Eugenia llegaron a la adultez.

Mientras tanto y tras enviudar de Victoriana con apenas cinco años de matrimonio, el ya cuarentón Nicolás se llevó a una muchacha de alrededor de 17 años – tal vez menos – como su consorte. Ella fue mi abuela, Elena Vázquez y Ortiz (Aibonito 1901 – Aibonito 1980). Y fue así como la menor de las hijas de esta unión me tuvo a mí, para luego contarme de sus viajes a Coamo en pasaje público para, allá para los años 50 y siendo una adolescente, visitar a su abuela Rafaela.

Para esos días, la mujer que nunca conoció a su mamá y que sobrevivió una relación íntima prematura; que fue dos veces viuda y varias madre soltera; que tuvo trece o más partos fruto de contactos con tres varones; que fue jefa de dos familias, había cedido al peso de los años. Fue contemporánea con el Grito de Lares de 1868, al igual que con la invasión de 1898 y el alzamiento nacionalista de 1950. Encamada y con aquellos ojos tan azules que la dejaron ciega, al final del camino Rafaela quiso regresar a la cuna. 97 años, 3 meses y 10 días desde su llegada al mundo, se despidió de el un 27 de marzo de 1959 y volvió a hacerse llamar Juana Felícita. Sus restos descansan en algún punto del cementerio civil de Coamo, que me falta por encontrar.

Epílogo

La existencia de Juana Felícita (Rafaela) Santini y Ramírez de Arellano retrata las desventajas y vulnerabilidades que marcaban a la mujer puertorriqueña del siglo XIX. Su extracción social y etnia no la protegieron de las vicisitudes de un crecimiento en orfandad. Muerta trágicamente su progenitora con apenas tres días de nacida, Juana Felícita pasó a depender de la caridad de familiares cercanos. Su belleza, juventud y vulnerabilidad la hicieron enfrentar la maternidad cuando todavía no dejada la adolescencia.

Al bautizar a Nicolás y casarse con Valentín, Juana Felícita se transformó en Rafaela, como mi familia hoy en día todavía la conoce. Se hizo invisible ante el pasado inmediato que alteró su vida irremediablemente. De manera curiosa, reclamó ser oriunda de Morovis y en ocasiones usó Archilla como su segundo apellido; que son el pueblo de origen y el segundo apellido de Modesta Torres, la tercera esposa de su padre. No temió a la procreación extramatrimonial y, como jefa de familia, contó con esta para el apadrinamiento de sus hijos y para figurar como tal en los censos poblacionales. Atrás quedó toda referencia a los Ladrón de Guevara, o Guevara, que hubiese sido mi segundo apellido.

Pero lo que Ladrón de Guevara negó, Santini lo prodigó, reafirmando la presencia de sangre sobre sangre que me hacen primer y segundo tataranieto del corso Nicolás Santini y Fernandini. Comparto con el personaje de Aureliano Babilonia el haber encontrado a mis antepasados “por los laberintos más intrincados de la sangre”, pero sin engendrar animal mitológico alguno ni emular el trágico destino de su estirpe.

Un comentario final. Entre la numerosa prole de mis tatarabuelos María Genara Santini y Ortiz de Peña con Agustín Nino Ladrón de Guevara y Santiago, los dos últimos se llamaron Francisco (Aibonito c. 1874 – Santurce 1934) y Juan de Dios (Aibonito c. 1879 – Ponce 1948). Francisco se casó con Elisa Castañeira Bonilla (Aibonito c. 1890 – Santurce 1950). Juan de Dios hizo otro tanto con la hermana de Elisa, de nombre Pastora. De esta última unión nació el 22 de septiembre de 1914 en el barrio Pulguillas de Coamo una niña llamada Josefa María, mejor conocida como Josefina Guevara Castañeira quien, sí, es nuestra prima.

Gracias, Juana Felícita/Rafaela/María Rafaela, dondequiera que estés.

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